El "orden internacional basado en normas" que se creó tras la Segunda Guerra Mundial, principalmente bajo el liderazgo estadounidense, se había ido desvaneciendo de todos modos a medida que declinaba el largo dominio económico de Occidente. La llegada de Donald Trump supuso el golpe de gracia, pero nada ha ocupado su lugar.
Toda la cháchara de la semana pasada sobre el lanzamiento de un nuevo "siglo asiático" se basa en el duro e inflexible hecho de que no existe Asia, excepto en el sentido estrictamente geográfico. En Pekín se organizó una fiesta de presentación de la nueva superpotencia china, con muchos invitados asiáticos, pero no se llegó a ningún acuerdo.
Es cierto que la mayoría de los países asiáticos tienen ahora a China como su mayor socio comercial exterior, pero lo mismo ocurre con la mayoría de los demás países de África, Sudamérica y Australia. Son sólo negocios, y no implican necesariamente ni lealtades ni alianzas.
Los únicos aliados de China son Rusia y Corea del Norte, y ninguna de esas alianzas aporta a Pekín ningún beneficio estratégico real. Lo más que puede decirse en su favor es que ahorran a China el gasto de vigilar esas fronteras y son un mercado cautivo para las exportaciones de armas chinas. De hecho, la ausencia de otras alianzas subraya que "Asia" no es un término estratégico válido.
Europa" es un concepto estratégico real. Sus 500 millones de habitantes que viven en medio centenar de países han cooperado, competido y luchado entre sí durante tres milenios, y casi todos pertenecen al mismo universo cultural. Cuando se dividen en alianzas rivales (como ocurre la mayoría de las veces), incluso ese proceso discurre por surcos familiares.
Las Américas también constituyen un universo cultural distinto, aunque estrechamente vinculado a la cultura matriz europea. Con la excepción de Canadá y Estados Unidos, estos países se han comprometido muy poco con la geopolítica de Europa y Asia, y las guerras transfronterizas en la región son poco frecuentes.
El continente asiático, por el contrario, está plagado de guerras y enfrentamientos, pero casi nunca implican realmente a todo el continente. Es demasiado grande, demasiado diverso culturalmente, demasiado dividido por cadenas montañosas y estrechos oceánicos y, fundamentalmente, demasiado carente de intereses y ambiciones comunes que puedan llevarlo al conflicto.
Ha habido cinco guerras árabe-israelíes (o seis o siete, depende de cómo se cuenten). Sin embargo, ninguna de ellas se ha extendido más allá de Oriente Próximo, la región que en el subcontinente indio se conoce correctamente como "sudoeste asiático".
Ha habido tres (o cuatro o cinco) guerras entre India y Pakistán, una de las cuales también dio origen a un Bangladesh independiente, pero ninguna de estas guerras se extendió fuera del subcontinente. El hecho de que India y Pakistán tengan armas nucleares es motivo de preocupación, pero en realidad disuade a otros países de la región de aliarse con ellos.
El sudeste asiático es una región semiparalizada, preocupada por la invasión china y, en especial, por la reivindicación de Pekín de casi todo el Mar de China Meridional. Sin embargo, la ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático) no es una alianza militar y los conflictos locales, como la actual disputa fronteriza entre Tailandia y Camboya, tienen poco potencial para extenderse.
En cuanto a Asia Oriental, que abarca China, Japón, las dos Coreas y Taiwán, es relativamente rica pero envejece muy rápidamente. Es muy poco probable que un grupo significativo de naciones "asiáticas" se una y trate de dominar el mundo militar o económicamente. Todo el discurso sobre un siglo asiático es pura palabrería.
Esto no quiere decir que China no vaya a seguir prosperando, aunque sus días de gloria ya han pasado y su tasa de crecimiento económico real ya está por debajo de los niveles del mundo desarrollado. India también puede lograr algunas de sus ambiciones, aunque su despegue unos quince años más tarde que el de China la hace más vulnerable a los daños devastadores del cambio climático.
¿Y qué decir de África, un continente dividido primero por sus múltiples identidades tribales y después por sus diferentes herencias coloniales? Puede que surjan algunas estrellas de entre la multitud (54 países según el último recuento), y al menos cabe esperar que el resto haga algún progreso, pero el sueño de un milagro económico africano sigue alejándose.
El mundo no cambió la semana pasada, ni tampoco el año pasado. La mayor amenaza sigue siendo el calentamiento global, porque mucho de eso ocurrirá (aunque cuánto sigue estando parcialmente en nuestras manos). La guerra nuclear global podría ser aún peor, al menos a corto plazo, pero no tiene por qué ocurrir. Y todo lo demás son sólo detalles.
Veinte mil tropas chinas marchando perfectamente acompasadas, como veinte mil máquinas idénticas, no es más que espectáculo.