Las palabras del responsable de McKinsey son claras: Portugal puede duplicar su PIB hasta 2040, crecer al 5% anual y volver a converger con Europa. Pero para ello necesita una nueva actitud colectiva, un cambio profundo y estructural en la forma de afrontar el trabajo, la economía y la ambición nacional.
Lo que falta no es talento, ni capacidad técnica. Nos falta coraje político y determinación cívica. El país tiene las bases adecuadas, universidades de calidad, ingenieros reconocidos internacionalmente, energía verde a costes competitivos y una situación estratégica envidiable. Pero seguimos atados a ideologías del pasado y a una estructura administrativa engorrosa y lenta, que dificulta la innovación y penaliza la inversión.
Es hora de arremangarse. Necesitamos reformas valientes de la legislación laboral que garanticen los derechos de los trabajadores, pero también justicia y equilibrio para quienes crean empleo. Hoy, en Portugal, el empresario soporta casi en solitario el peso de las obligaciones, mientras que la productividad nacional sigue estando entre las más bajas de la Unión Europea. Un país que quiere competir globalmente no puede sostener un sistema en el que el mérito, el esfuerzo y la productividad son secundarios.
No basta con atraer la inversión, es necesario crear las condiciones para que florezca. Y eso implica una reforma profunda, casi revolucionaria, de la Administración Pública, de los Municipios y del sistema burocrático nacional. El Estado debe ser un socio y un facilitador, no un obstáculo. La lentitud de los procesos, la superposición de competencias y el exceso de reguladores crean un laberinto que desmotiva a los inversores y asfixia a los emprendedores.
Como bien señala McKinsey, la simplificación administrativa es un motor de crecimiento económico. Si una licencia que actualmente tarda tres años se resolviera en uno, el país ganaría competitividad, confianza y atractivo. El inversor no pide milagros, pide previsibilidad, transparencia y rapidez.
También hay que replantearse el papel de las empresas. Muchas siguen ancladas en una visión de supervivencia, con poca ambición de crecimiento y escasa inversión en innovación. Es necesario fomentar las fusiones, las asociaciones, la internacionalización y la inversión en investigación. Portugal sólo ganará escala y relevancia global cuando consiga que sus empresas crezcan y exporten valor añadido, y no sólo productos o servicios de bajo coste.
La entrevista de McKinsey también nos recuerda que la revolución tecnológica está a la vuelta de la esquina, y el país no puede quedarse de brazos cruzados. La inteligencia artificial, la electrificación, la economía digital y la energía verde son las nuevas fronteras del desarrollo. Portugal tiene todas las condiciones para ser un centro europeo en estas áreas, pero debe organizarse para ello. No podemos seguir perdiendo talento en el extranjero porque aquí se avance lentamente.
La formación y recalificación de los trabajadores será esencial en este camino. No hay transformación productiva sin cualificación humana. Es necesario un ambicioso plan de recualificación que prepare a profesores, ingenieros, médicos, abogados y técnicos para las nuevas herramientas digitales y el uso inteligente de la inteligencia artificial. Esto no es ficción, es necesidad.
Al mismo tiempo, necesitamos una nueva cultura política. El valor de reformar el país no puede confundirse con la austeridad. Se trata de liberar el potencial del país, no de castigarlo. Reformar la legislación laboral, simplificar los procesos, reducir la burocracia y crear un ecosistema tecnológico competitivo son pasos que valoran a los que trabajan y a los que invierten, en lugar de ponerlos en bandos opuestos.
Portugal es pequeño, pero eso es una ventaja. Como decía José Pimenta da Gama, cuatro o cinco grandes proyectos bien ejecutados bastan para cambiar el destino del país. Imaginemos que pudiéramos crear cinco Autoeuropas en sectores como la tecnología, la energía, la salud y el turismo inteligente. El impacto sería gigantesco.
El país lo tiene todo, talento, estabilidad, sol, seguridad y calidad de vida. Sólo le falta ambición y coraje para actuar. Necesitamos líderes que miren hacia adelante y ciudadanos que exijan resultados.
Ha llegado el momento de hacer de Portugal un país de bienestar y oportunidades, no sólo para los que nos visitan, sino para los que viven y trabajan en Redondo, Mangualde o Lisboa. El futuro no se construye con discursos, se construye con acción, responsabilidad y visión.
Lo que falta no es capacidad. Necesitamos creer que el futuro se conquista con trabajo y coraje. Y esa es la verdadera revolución que Portugal necesita hacer.








