El Metro de la capital portuguesa se convertirá en el escenario del mayor centro de pruebas de fibra óptica del mundo, una inversión de 2,3 millones de euros que sitúa a Portugal en el centro de la carrera internacional por una nueva generación de redes de transmisión de datos.

La elección de la Línea Amarilla como espacio para la instalación de este banco de pruebas no es sólo simbólica. También es estratégica: los 26 kilómetros del anillo permiten crear unas condiciones de prueba únicas, sometidas a vibraciones, variaciones de temperatura y otras exigencias propias de un entorno real. Aquí se probarán las fibras multinúcleo de última generación, capaces de multiplicar la capacidad de comunicación mucho más allá de lo que conocemos hoy.

Las cifras son impresionantes: un cable con 74 fibras ópticas, que suman 326 canales de transmisión, lo que se traduce en 728 kilómetros de fibra interconectada, equivalentes a 28 vueltas completas a lo largo del anillo del metro. Nunca en ninguna parte del mundo se ha montado una infraestructura semejante, dedicada exclusivamente al desarrollo y validación de una tecnología llamada a ser el nuevo estándar mundial.

El impacto va mucho más allá de lo académico. La industria de las telecomunicaciones depende de una nueva generación de fibra para responder a la explosión del tráfico digital. Del streaming al metaverso, de la nube a la inteligencia artificial, todo exige mayores velocidades y menores latencias. Europa necesita soluciones propias para no depender exclusivamente de las normas definidas en Estados Unidos o Japón. Si la certificación internacional reconoce la tecnología probada en Lisboa, será un salto estratégico para toda la industria europea, desde los fabricantes de cables y transmisores hasta los gigantes digitales que requieren infraestructuras robustas.

Lisboa se convierte así en un auténtico laboratorio viviente. Después de las fibras vendrán los equipos asociados: receptores, amplificadores y transmisores. Vendrán las empresas que quieran probar sus soluciones en un entorno real. Y también los operadores de telecomunicaciones y los gigantes digitales, atraídos por la posibilidad de validar aquí las tecnologías que sustentarán la Internet del futuro.

Este proyecto es más que una inversión tecnológica. Es una declaración clara de que Portugal puede competir al más alto nivel en el establecimiento de normas mundiales, abriendo las puertas a nuevas asociaciones y atrayendo a empresas de vanguardia. En el corazón de Lisboa, bajo los raíles por los que pasan miles de pasajeros cada día, está naciendo el futuro de la conectividad global.

Hasta ahora, Lisboa era vista como una ciudad vibrante por la cultura, el turismo y la calidad de vida; a partir de este proyecto, también será reconocida como el epicentro europeo de la innovación en fibra óptica. Una hazaña que demuestra que Portugal tiene talento, ambición y capacidad para situarse entre los líderes mundiales de la transformación digital.